9 de diciembre de 2014

Él sí


El backstage. Privadísimo gueto del espectáculo donde reina la oscuridad y las jerarquías se vuelven difusas; no se sabe quién manda y las órdenes  llegan en forma de fritura desde el otro lado de los Handys. Tenebroso reducto donde el color de las pulseritas es ley la única autoridad la  representan los plomos, borrosas figuras que se agazapan entre las negras cajas del equipo de sonido para comer milanesas o hablar por celular, y esporadicamente surcan corriendo las oscuras bambalinas con la visera calada y un rollo de cinta de embalar en la cintura.

La foto que me habían pedido era muy específica; ese tipo de foto perfecta que resume todos los caprichos del que puso la guita conceptos artísticos pero que en  general no puede hacerse; por que no dá la luz, o el ángulo es imposible, o porque no se puede interrumpir un recital con miles de personas y pedir al artista que salude a la cámara. 
En general estos encargos vienen de alguien que no sabe o no le importa, pero que tiene autoridad y se sienta en el escritorio del jefe.
Moneda corriente en la agenda del freelance, tuve la prudencia de guardarme todas estas opiniones y dije que sí con la cabeza mientras pensaba que tal vez, si me movía rápido, tenía suerte, y el binomio espacio-tiempo se doblaba aunque fuera un poco, la foto podría hacerse.



Obviamente el primer obstáculo fue el acceso, para el cual me habían garantizado que estaban vigentes todas las autorizaciones... En fín.

Trato de mostrarme confiado mientras espero en la fila de los que pretenden subir al escenario detrás de los artistas. Heterogéneo grupo de fans, productores, periodistas y fotógrafos, cuñados, ganadores de concursos, electricistas y sponsors. Todos con las mismas esperanzas y posibilidades, confiadamente dispuestos a sujetarnos a las arbitrariedades de la lotería que conocemos como "acreditación", a las leyes del azar, al ánimo de las remeras con la leyenda "TÉCNICA"
Pasan los músicos y algunas personas del entorno (panzas, sombreros norteños, escotes y tacos, alguna corbata), y enseguida la barrera de camisetas negras se cierra vedando para todos los demás la entrada al mágico mundo del "detrás de escena". Uno de los plomos niega con la cabeza; lenguaje no-verbal que parece querer decir que no podemos ingresar. Poder ejercido en su forma más básica y salvaje.

Enseguida una retahíla de quejas y excusas, donde cada uno de nosotros grita el nombre de la persona que nos dijo que podíamos pasar. Pero de nuevo el golem que, en su lengua, dice "nadie más". 

Inmediatemente las cuestiones técnicas que hasta hace pocos minutos me precupaban (escala de ISO, trepidaciones, colorimetría) dejan lugar a desafíos mucho más primitivos del tipo empujar-o-no-empujar, saltar-una-valla amparado por las sombras, crear-el-caos-o-renunciar, descifrar algún sentido en la tenebrosa jerarquía del stuff para identificar a alguien-que-pueda-garantizar-el-full-access y así.

Cuando todos los análisis me estaban acercando a la idea de abandonar la fotografía a cambio de una profesión mas saludable, sentí una manota que me empujaba desde la espalda. Detrás de mi, una voz con olor a vino acento chaqueño -tal vez haciendo caso a las pulseritas de colores que yo tenía en la muñeca- tronó: Él sí
Conjurado el hechizo que me permitió acceder y volver a preocuparme de los asuntos fotográficos, me arrojé a la batalla lumínica propiamente dicha, agradecido por saber que viviría al menos un día más en la arena del freelance.